martes, 25 de abril de 2017

Verdad y apariencia

No sé si añoro el contenido de esta reflexión de Platón, pero da para pensar:

¿O no crees -dijo- que sólo entonces, cuando vea la belleza con lo que es visible, le será posible engendrar, no ya imágenes de virtud, al no estar en contacto con una imagen, sino virtudes verdaderas, ya que está en contacto con la verdad?...(1)
En nuestro ejercicio político detecto dos vicios constantes: por un lado acusaciones gratuitas, medias verdades sostenidas a la fuerza y ataques personales altisonantes; por otro, como en un polo opuesto, un esfuerzo exagerado por defender una apariencia demasiado virtuosa y digna, con el discurso del "honor" en la punta de la lengua. La enfermedad y su aparente opuesto, ambas fuertemente posicionadas en el ridículo. ¿Por qué?

Cuando leí la frase de Platón que cito al inicio me pareció entenderlo: tal vez no conocemos de fondo, desde un fundamento claro, el paquete de valores que, se nos dijo, debíamos emular. Si me detengo a pensar, no los recuerdo de manera inmediata, ¿los recuerda usted? Si hablo de memoria recuerdo virtudes católicas: prudencia, templanza, justicia...; también algunas virtudes cívicas: honestidad, respeto, solidaridad. Podría divagar sobre virtudes deseables tanto personales como sociales (¿no es ésa es la manera en que tendemos a cubrir lo que no sabemos?), pero mencionar unos referentes claros, que estén a la mano de cualquier conversador casual, no.

Viene a mi mente la historia de El traje del emperador: "¡el rey está desnudo!", gritaba el niño... y me doy cuenta de que hay algo que no sé bien, algo a lo que no le he puesto la debida atención a pesar de ser fundamental. Si corro a negarlo participo de la enfermedad,  esa apariencia de conocimiento, que es solo una envoltura de lo que preferimos presuponer confiadamente porque lo contrario, aceptar la corta reflexión que le brindamos, la cantidad de veces que el criterio es aplicado a quienes no nos gustan solamente, sería demasiado terrible y vergonzoso.

Pero luego de la aceptación, ¿qué? Correr a expresar un recetario tampoco dice suficiente. Eso se parece demasiado al segundo vicio: desear la infalibilidad y la pulcritud hasta el ridículo. Cumplir con la tarea y continuar con el juego de parecer algo.


Ilustración de N. Goltz

Vienen dos imágenes a mi mente al detenerme aquí: la primera son las palabras de Kant en la "Fundamentación de una metafísica de las costumbres":

Así pues, hemos llegado al principio del conocimiento moral de la razón vulgar del hombre. La razón vulgar no piensa en este principio así abstractamente y en una forma universal; pero, sin embargo, lo tiene continuamente ante los ojos (404) y lo usa como criterio en sus enjuiciamientos. Fuera muy fácil mostrar aquí cómo, con este compás en la mano, sabe distinguir perfectamente en todos los casos que ocurren qué es bien, qué mal, qué conforme al deber o contrario al deber, cuando sin enseñarle nada nuevo, se le hace atender tan sólo, como Sócrates hizo, a su propio principio, y que no hace falta ciencia ni filosofía alguna para ser honrado y bueno y hasta sabio y virtuoso. Y esto podía haberse sospechado de antemano: que el conocimiento de lo que todo hombre está obligado a hacer y, por tanto, también a saber, es cosa que compete a todos los hombres, incluso al más vulgar. Y aquí puede verse, no sin admiración cuán superior es la facultad práctica de juzgar que la teórica en el entendimiento humano...(2)
Recuerdo a mi profesora de ética destacar este pasaje diciendo: "Kant observa que el ejercicio de examinar está dado al hombre común de manera natural: en su vida social cotidiana somete a conversación las impresiones y juicios que experimenta respecto a diferentes situaciones que vive o conoce que otros viven ". Al oírla y revisar el pasaje pensé que tenía razón al destacar la observación de Kant y hacerla más cercana: en la vida cotidiana tendemos a examinar la fundamentación de nuestros actos y los de otros. De ahí, procederá Kant, parafraseando, "compete al filósofo la búsqueda de los principios que los orientan". No creo que para la práctica de opinión pública cotidiana haya que llegar tan lejos, creo que bastaría retomar un autoexamen más honesto y atento de los vericuetos por los que nos conducen nuestras palabras y... aprender a deternos o, inclusive, recomenzar. Eso me lleva a la segunda imagen.

La segunda, es la evocación que hace Rafael de Platón y Aristóteles en La escuela de Atenas. Los dos filósofos caminan conversando en lo que parece ser una plaza pública, tal vez evocando el Ágora griega. Platón viste de morado y rojo, los colores del fuego y el éter; Aristóteles, en cambio, viste de café y azul, los colores del mar y la tierra. No había caído en cuenta de este detalle. De acuerdo a Smarthistory, Rafael, pretende evocar sus distintos talantes: Platón, un talante más especulativo y teórico, mientras que, Aristóteles, es un gran observador práctico. Al recordar esta imagen reforzaba la idea de que, tal vez, un "nuevo" camino sea más sencillo: evocar y conversar libremente sobre los fundamentos de las cosas, a la manera de los personajes en la pintura, o, más aun, a la manera en que, narra Platón, Sócrates devanaba los sesos de la gente conduciéndolos hacia mayor claridad y humildad.


La Escuela de Atenas, Rafael

La conversación, experimento, no termina, pero concluye en la curiosa paradoja de afianzar nuestra confianza al mostrarnos lo poco que sabemos de aquellas cosas que buscamos con vana vehemencia en la vida pública. No seremos dechados de virtud, tal vez porque es imposible e innecesario (mortales somos después de todo) pero ciertamente creo que nos otorgará una más agradable vecindad con una cierta forma de virtud y de verdad, a la par que baja un poco los decibeles a tanta ruidosa, por hueca, vanidad.

(1) PLATÓN, El banquete, trad. M. Martínez Hernández, Gredos, Reimpresión 1988, 211 e, p. 265

(2) KANT, INMANUEL, Fundamentación de la metafísica de las costumbres, trad. Manuel García Morente, Edición de Manuel Garrido, Editorial Teknos, España, 2005, p.83

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