martes, 26 de septiembre de 2017

El Pueblo

De paso porque no hay más, pero hay que decirlo.

Una palabra muy gastada y, sin embargo, desconocida. En Ecuador se alude al "pueblo" para decisiones democráticas. Se considera, sin embargo, al pueblo, muy a la manera nuestra, desde la magia y dignidad que creemos que la simple enunciación de la palabra pareciera dar. Pero... ¿Qué quiere decir pueblo desde una perspectiva no demagógica?, ¿Cuáles son los requisitos de un "pueblo" democrático serio? Ese pueblo al que se invoca (y decide) pero que aun no somos (somos un amasijo de intereses mezquinos y distantes, aun como animales que se gruñen con temor, que acuerdan algo y salen corriendo aun) y para lo que no veo un esfuerzo espontáneo de construcción. ¿Dónde está todo el mundo?

No hay pueblo si no hay un lenguaje común. No hay lenguaje común si no se toma en serio que todos valemos algo y que participamos, nos guste o no (¡es inevitable!) en la construcción o continuación de una forma de ser y hacer.

Hay algo en ese "unos sobre otros", en ese otro "unos a pesar de otros" que es una omisión importante.

Pero este texto no busca explayarse en percepciones. Estas son solo el punto de partida de más información a comparar. Tal vez algún día tenga ya los insumos suficientes para decir algo que merezca la pena escuchar. Por ahora solo percibo la anomalía y me esfuerzo por conocer lo suficiente para entender mejor y tener algo que decir al opinar.


domingo, 10 de septiembre de 2017

Pessoa, Caerio

Este es un poema de Alberto Caeiro que siempre viene a mi mente cuando experimento un discurso social con carga ideológica fuerte. No sé si sea porque mi cuerpo "se pone en off" al escuchar a personas que hablan así, o porque realmente concuerdo con la manera en que Pessoa siente estas cosas.

"Ayer por la tarde un hombre de la ciudad
hablaba a la puerta de la fonda.
Hablaba conmigo también.
Hablaba de justicia y de la lucha para que haya justicia
y de los obreros que sufren,
y del trabajo constante, y de los que tienen hambre,
y de los ricos que sólo tienen espaldas para eso.


Y al mirarme vio lágrimas en mis ojos
y sonrió con agrado, creyendo que sentía
el odio que él sentía, y la compasión
que él decía que sentía.


(Pero yo apenas lo escuchaba.
¿Qué me importan a mí los hombres
y lo que sufren o suponen que sufren?
Sean como yo: no sufrirán.
Todo el mal del mundo viene de preocuparnos los unos por los otros,
sea para hacer el bien, sea para hacer el mal.
Nuestra alma y el cielo y la tierra nos bastan.
Querer más es perderlos, y ser infeliz)


En lo que yo estaba pensando
mientras el amigo de los hombres hablaba
(y eso me conmovió hasta las lágrimas),
era en cómo el murmullo lejano de los cencerros
aquel atardecer
no parecía las campanas de una pequeña ermita
donde fueran a misa las flores y los regatos
y las almas sencillas como la mía.


(Alabado sea Dios que no soy bueno,
y tengo el egoísmo natural de las flores
y de los ríos que siguen su camino
preocupados sin saberlo
sólo por florecer e ir corriendo.
Es ésta la única misión en el mundo,
ésta: existir claramente,
y saber hacerlo sin pensar en ello.)


Y el hombre se calló, mirando al poniente.

¿Pero qué tiene que ver con el poniente quien odia y ama?"


Disiento, si toca explicarme, de la perspectiva "egoísta" que Pessoa expresa y, sin embargo, concuerdo con él en la gran distancia que experimenta respecto a su interlocutor.

Este poema expresa esa percepción de "estar totalmente en otro lado" en la manera de responder a problemas sociales. Creo que vivo mis respuestas a problemas sociales de otra manera (desde el gusto de momentos compartidos, los procesos de acompañamiento y la pregunta crítica y constructiva).

He decidido copiarlo acá para poder acceder a él con más facilidad porque esa sensación que me produce aun aparece y he necesitado citarlo ya en varias ocasiones.

viernes, 8 de septiembre de 2017

Una resonancia a propósito del artículo de Frei Betto La esperanza en tiempos distópicos.
A los más pobres, apremiados por la preservación inmediata de la vida biológica, la ausencia del Estado (escuela, cultura, etc.) los lleva a buscar ciudadanía en la pertenencia a la iglesia y derechos sociales en los servicios que provee el narcotráfico.