sábado, 31 de diciembre de 2011

No creo en Dios porque nunca lo he visto.
Si él quisiera que yo creyera en él, 
seguro que vendría a hablar conmigo 
y entraría por mi puerta diciéndome: ¡Aquí estoy!
Pero si Dios es las flores y los árboles
y los montes y el sol y el luar, 
entonces creo en él,
entonces creo en él a todas horas
y mi vida entera es una oración y una misa
y una comunión por los ojos y por los oídos. 

Pero si Dios es las flores y los árboles
y los montes y el luar y el sol, 
¿por qué llamarle Dios?
Le llamo flores y árboles y montes y sol y luar; 
porque si él se hizo, para que yo lo viese,
sol y luar y flores y árboles y montes, 
si se me aparece como árboles y montes
y luar y sol y flores
es porque quiere que lo conozca
como árboles y montes y flores y luar y sol. 

Y por eso yo le obedezco
(¿qué más sé yo de Dios que Dios de sí mismo?),
le obedezco viviendo, espontáneamente, 
como quien abre los ojos y ve,
y le llamo luar y sol y árboles y montes, 
y lo llamo sin pensar en él, 
y pienso en él viendo y oyendo, 
y ando con él a todas horas. 

*Pessoa. Alberto Caeiro. En "El cuidador de rebaños".

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