martes, 7 de abril de 2020

Lecturas: Creía que mi padre era Dios. Paul Auster (ed.)

Los libros de Paul Auster se han vuelto buenos compañeros. Por alguna razón, le encuentro algo de Coetzee: los relatos parecen ser descarnados, crónicas de un mundo en constante movimiento, donde la belleza y el terror aparecen cuando les place, sin consultarnos o importarles la disposición que las cosas presentadas han ido generando en nosotros. 

(sí, a mí también me duele que se haya arrugado así)

En esta colección de relatos Auster no escribe, hace de cronista de un experimento: durante los años 1999-2000 invitó a los oyentes de un programa de la Radio Pública Nacional (NPR en inglés) de Estados Unidos a enviar relatos verídicos y breves sin restricciones en cuanto a tema y estilo. Él se tomaría el trabajo de seleccionar los mejores y luego leerlos para los oyentes del programa. El proyecto, de acuerdo a la traducción de este libro, se llamó "Proyecto Nacional de Relatos". Fueron enviados aproximadamente 5.000 historias de las cuales se seleccionaron las 179 que componen el libro.

En palabras de Auster, los requisitos eran los siguientes:
"Lo que más me interesaba, dije, era que las historias rompieran nuestros esquemas, que fueran anécdotas que revelasen las fuerzas desconocidas y misteriosas que intervienen en nuestras vidas, en nuestras historias familiares, un nuestros cuerpos y mentes, en nuestras almas. En otras palabras, historias reales que bien pudieran ser una ficción. Me refería a grandes y pequeños acontecimientos, a hechos trágicos y a hechos cómicos, a cualquier experiencia que se considerase lo suficientemente importante como para llevarla al papel." 
También, vale mencionar, no era indispensable que los oyentes-escribas fuesen escritores de profesión. El resultado es este libro lleno de historias diversas que retratan experiencias de la vida que se mueven entre la calidez y la tristeza, la risa y la reflexión y el asombro ante la belleza y el desconcierto del horror.

Para comodidad del lector las historias están organizadas por secciones, así que, si se es un lector precavido u ordenado, uno sabe a qué puede atenerse al abordar cada sección. Dada la gran cantidad de relatos creo que ese tipo de organización fue un acierto. En lo personal, al menos para estos días intensos, me gusta saber en qué tipo de experiencia y emoción me voy a zambullir.

Como tema de reflexión me llamó la atención lo siguiente: cómo la radio, siendo un medio que puede parecer descarnado e impersonal (uno habla desde una cabina para un público que no puede ver, ni identificar), logra crear una experiencia de unidad al exponer aquellas cosas que tenemos en común quienes nos hallamos extraños. Auster dibujaba la imagen de la exploración de la propia vida y de cómo ello nos vinculaba, al participar de esta iniciativa común, con algo más trascendental: un museo de la realidad (para el caso, estadounidense).

Me hizo pensar en San Agustín, solo que para la vida cotidiana.

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