domingo, 31 de julio de 2016

El mar de noche

Todo corre.

A duras penas recuerdo ese mundo en el que no parecía ocurrir nada,
en donde se vivía "como" detenido en el tiempo

Hoy,
corro como subido en un tren en marcha
El tren se detiene en estaciones pero parte pronto.
Conozco de pasada gentes,
comidas
(ceviches, encebollados, menestras de paso),
y veo rostros y lugares en los que me podría quedar.
Ellas.
Ella asoma también a veces.
La última vez, una noche,
con su cabello suelto, limpia. Cantaba.

Nuevos lugares me son familiares
pero ninguno es mío.
Aprendo un lenguaje universal.
Creo distinguir lo trivial de lo importante.
Hace mucho que hablo con jóvenes y niños también,
por alguna razón he aprendido su lenguaje de nuevo.
Descubro entre la gente mayor que ya soy mayor, como ellos o que, al menos, ahora soy parte de su mundo.
Veo más manos que construyen y paso menos tiempo en planes, en deseos hablados
o en los límites,
paredes
y calles estrechas
de la, a veces, bendita ciudad.

Me maravillo.
El tiempo se detiene
y noto árboles de sombra
o buganbillas.

Hace poco conocí una pared de "peregrinas",
Manejaba por un barrio en San Vicente cuando vi la pared de Don Tito.
Volví apenas minutos después
a compartir el gusto de tanto verdor.
Pedí algo de la flor. Tito, generoso, me regaló tres tallos de diferentes colores.
Una de ellas vive ahora en mi nuevo trabajo.
Será la primera de muchas en comenzar a decorar un galpón.

Golpeo con martillo tablas que se hacen casas.
Me guía un maestro armador.
Me rodean voluntarios y gente de la comunidad.
Algarabía, lágrimas, espacios de fraternidad
sueños y preguntas para un después
que,
¿cuándo vendrá?

Una vez pisé el mar por la noche,
alguien dijo: "el cielo".
y yo pensé, ¿por qué no habría de ser la puerta al cielo igual que este mar nocturno y el silencio,
a duras penas acompañado,
de esta noche sin luces?

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