viernes, 14 de junio de 2013

En estos días miraba los árboles
(a veces los olvido)
y las plantas que salen de la tierra.
Me gustan las que crecen hacia arriba
con hojas ovaladas
y tallos que se entrecruzan
con un color verde brillante.

Abajo, la tierra.
Oscura.
No veo lombrices.
Veo hormigas
y algo de humedad.

Si avanzo hacia el borde me encuentro con cemento.

(Alguien entra, llegó corriendo,
ha olvidado un bolso).

Un color gris
maciso
y poco llamativo
y
ladrillos
naranja.

Retrocedo y noto las aves,
palomas,
no nos temen demasiado.
Alguna vez oí a un tonto decir
"son como ratas"
sólo que no son ratas
y sus alas son hermosas
y no deja de fascinarme y hacerme reír la manera en que avanzan moviendo sus cabezas
(pero nada como el movimiento frenético de las gallinas).

Recuerdo el túnel de hormigas en mi casa.
Era un pasillo estrecho,
lateral,
a un costado del cuarto de mis padres.
Cuando era niño las visitaba de vez en cuando
y me fascinaba verlas llevar comida.
Hojas verdes, pequeñas sobre todo.
Alguna vez las vi recortarlas con las pinzas en sus bocas.
¿Por qué diferenciamos entre hocicos y boca?
Ah, ya lo recuerdo, nuestra dignidad en la razón.
Somos algo así como seres celestiales
porque las cosas de Dios no deben tocar la tierra
y nosotros no podemos parecernos a la tierra.
Así dicen los militantes. Se hacen llamar gente racional.
(A veces me alegro al contemplarlos y me pregunto ¿Cómo habrá sido el descubrimiento del fuego?)
Y los otros, los del misterio,
se envuelven por temor,
y a eso le llaman autoridad.
Pero misterio es lo facinante y aquello que uno reverencia.
No tengo explicaciones para aquello que honro, de repente me encuentro detenido y asombrado y con un sentimiento de alegría profunda. "Así", "esto", "qué bien", "míralo", "mírala".

Pero volvamos a las hormigas, sólo por hoy
y al sol de la mañana
y a la curiosidad.

A veces llevaban trozos de manzana.

Cuando me las encontraba en otro lugar
las tomaba y las ponía en un recipiente plástico.
Eso se llama abstraer, abstracción.
En otras ocasiones, oh niño cruel,
ah, curiosidad infinita,
descubrí la lupa y quemaba papel.
Luego, por supuesto, hormigas.
Un día tuve una lora, dos,
y con el tiempo entendí.
También sentían,
temían, querían,
se alborotaban
y dormían.
Extendían sus alas.
Se bañaban.
Yo las sacaba a pasear en mi hombro
y me hacían caricias
con su pico,
en las orejas.
A veces jugaban conmigo,
siempre supieron hasta donde apretar.
Un día volaron fuera de casa.
Las buscamos todo el día.
Las oíamos llamar,
tal vez ansiosas entre dejar y quedarse.

Ahora cuando oigo cotorras volar
pienso en una de ellas y así reconozco a las cotorras.
Y la otra, de frente azul y cachetes amarillos,
era como una payasita
siempre pensamos que era hembra
por su manera de hacer ruido.
Era como una niña gorda contenta,
fuerte.
Aun las veo por ahí y pienso en mi lora payaso y en la manera en que miraba en ocasiones con sus ojos brillantes y agachaba la cabeza
ensanchaba sus plumas y parecía cubrirse entre ellas. ¡Oh!, y sus miradas de arrebato.
Imitaba a los perros ladrar y nos imitaba a nosotros al reír.

Y no hablemos de mi perro.
El aire y la calma de la noche están llamando.

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