En días recientes descubrí con grata sorpresa que Isaac Asimov realmente escribe muy bien en sus textos de divulgación científica. Siempre lo había visto por ahí pero, por su gran capacidad escritora, por prejuicio lo había imaginado como una mecánica máquina de escribir. Todo cambió cuando finalmente me aventuré a leer un par de sus novelas de ciencia ficción (Yo, Robot y la primera de la saga Fundación) y descubrí este gran entusiasmo especulador y divulgador que lo habitaba.
Dejo aquí una cita de etimologías que traza a propósito de un texto muy ameno sobre Hipócrates (uno de los padres de la medicina y de la biología). En el texto va a contarnos sobre el aporte de Hipócrates contra el vitalismo (una corriente que abogaba por una diferencia de reglas entre el mundo animado e inanimado) y, a favor de la idea de que las reglas de causa y efecto aplica también a las cosas vivientes, entre ellas, el hombre. Spoiler: los pensadores del Renacimiento como Copérnico y Galileo darán una estocada final a esa distinción, abriendo paso a la ciencia y astronomía modernas.
Los antiguos pensaban que un hombre podía salirse de lo común si estaba protegido por algún espíritu personal o ángel de la guarda. Los griegos llamaban a esos espíritus daimon, que es la raíz de la palabra demonio. Y de alguien que trabaja infatigablemente seguimos diciendo hoy que trabaja "como un demonio.
La palabra entusiasta, por seguir con los ejemplos, proviene de otra palabra griega que significa "poseído por un dios"; de alguien que realiza una gran obra se dice que está inspirado, término que proviene de un verbo latino que significa "tomar aire", es decir, meter dentro un espíritu invisible; y, la palabra genio deriva de la versión latina del término griego daimon.
Como es lógico, se creía que estos espíritus y demonios trabajaban tanto para el mal como para el bien de los hombres. Cuando un hombre enfermaba, los antiguos decían de él que estaba poseído por un espíritu maligno, y la idea parecía especialmente certera cuando el afectado hacía y decía cosas incoherentes. Como nadie actuaría así por propia voluntad, la gente lo atribuía al "demonio que llevaba dentro". Por eso las sociedades primitivas trataban a veces al enfermo mental con sumo respeto y cuidado. El loco era alguien que había sido tocado por el dedo de un ser sobrenatural (y hoy seguimos utilizando la palabra "tocado" para describir a un individuo que parece no estar en sus cabales).
Vista en el texto "Hipócrates y la medicina" en Grandes ideas de la ciencia, de Isaac Asimov en Alianza Editorial
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