domingo, 9 de junio de 2019

Pessoa, Niño Jesús


Otro de esos poemas que me encuentro citando con relativa frecuencia. Lo pongo aquí para fácil acceso. Más tarde, en este mismo post, describiré bien la información sobre la versión que he transcrito.

Del libro "Poesía de Alberto Caeiro" de Fernando Pessoa

VIII

Un mediodía de final de primavera
Tuve un sueño como una fotografía.
Vi a Jesucristo bajar a la tierra.

Venía por la ladera de un monte
Hecho niño otra vez,
Corría y rodaba sobre la hierba
Y arrancaba flores para arrojarlas al aire
Y se reía tanto que se lo escuchaba desde lejos.

Había huído del cielo.
Era demasiado nuestro para fingirse
La segunda persona de la trinidad.
En el cielo todo era falso, todo estaba en desacuerdo
Con las flores, los árboles y las piedras.
En el cielo tenía que estar siempre serio
Y de vez en cuando volver a ser hombre
Y subir a la cruz y estar siempre muriendo
Con una corona redonda de espinas
Y los pies clavados con un clavo,
Y un trapo alrededor de la cintura
Como los negros de las ilustraciones.
Ni siquiera le dejaban tener padre y madre
Como a las otras criaturas.
Su padre era dos personas:
Un viejo llamado José, que era carpintero,
Y que no era su padre;
Y el otro padre, una paloma estúpida,
La única paloma fea del mundo
Por no ser paloma ni del mundo.
Y su madre no había amado antes de tenerlo.
No era mujer: era la valija
En la que había venido del cielo.
¡Y pretendían que él, nacido sólo de madre,
Y sin un padre al que amar y respetar,
Predicara la bondad y la justicia!

Un día en que Dios estaba durmiendo
Y el Espíritu Santo andaba volando por ahí,
Fue a la caja de los milagros y robó tres.
Con el primero hizo que nadie se enterara de su huída.
Con el segundo se creó eternamente humano y niño.
Con el tercero creó un Cristo eternamente crucificado
Y lo dejó clavado en la cruz que está en el cielo
Y sirve de modelo para todas las demás.
Después huyó hacia el sol
Y bajó por el primer rayo de sol que atrapó.

Hoy vive conmigo en mi aldea.
Es un niño de risa fresca y natural.
Se limpia la nariz con la manga,
Chapotea en los charcos de agua,
Junta las flores y le gustan y las olvida.
Les tira piedras a los burros,
Roba la fruta de los manzanos
Y escapa de los perros llorando a gritos.
Y como sabe que a ellos no les gusta
Y que a todos les causa gracia,
Corre detrás de las muchachas
Que van por los caminos en grupo
Con cántaros en las cabezas
Y les levanta las polleras.

A mí me ha enseñado todo.
Me enseñó a mirar las cosas.
Me señala todo lo que hay en las flores.
Me muestra lo graciosas que son las piedras
Cuando una las tiene en la mano
Y las mira lentamente.

Me habla muy mal de Dios.
Dice que es un viejo estúpido y enfermo,
Que escupe siempre en el suelo
Y se la pasa diciendo obscenidades.
La Virgen María pasa las tardes de la eternidad zurciendo medias.
Y el Espíritu Santo se rasca con el pico
Y se sube a las sillas y las ensucia.
En el cielo todo es estúpido como la Iglesia Católica.
Me dice que Dios no entiende nada
De las cosas que creó.

“Si es que las creó, cosa que dudo.”
“Dice, por ejemplo, que los seres cantan su gloria,
Pero los seres no cantan nada.
Si cantaran serían cantores.
Los seres existen y nada más,
Y por eso se llaman seres.”

Y después, cansado de hablar mal de Dios,
El niño Jesús se duerme en mis brazos
Y en brazos lo llevo a casa.
….

Vive conmigo en mi casa en medio del otero.
Es el Niño Eterno, el dios que faltaba.
Es el humano natural,
Es lo divino que sonríe y juega.
Y por eso sé con certeza
Que él es el verdadero Niño Jesús.

Y ese niño que de tan humano es divino
Es mi cotidiana vida de poeta,
Y porque siempre va conmigo soy siempre poeta,
Y en la más mínima mirada
Me llena de sensaciones,
Y el sonido más pequeño, sea lo que fuere,
Parece hablarme.

El Niño Nuevo que habita donde vivo
Me da una mano a mí
Y la otra a todo cuanto existe.

Y así vamos los tres por los caminos,
Saltando y cantando y riendo
Y gozando de nuestro común secreto
Que es saber que en ningún lugar
Del mundo hay misterio
Y que todo vale la pena.

El Niño Eterno me acompaña siempre.
Mi mirada se dirige adonde apunta su dedo.
Mi oído alegremente atento a todos los sonidos
Es las cosquillas que me hace, jugando, en las orejas.

Nos llevamos tan bien entre nosotros
En compañía de todo
Que nunca pensamos el uno en el otro,
Pero vivimos juntos siendo dos
Con un entendimiento íntimo
Como la mano derecha y la izquierda.

Al anochecer jugamos a la payana
En el escalón de la puerta de casa,
Graves como conviene a un dios y a un poeta,
Como si cada piedra
Fuera en sí misma un universo
Y por eso fuera peligroso
Dejarla caer al suelo.

Después le cuento historias de cosas exclusivamente humanas
Y el sonríe, porque todo es increíble.
Se ríe de los reyes y de los que no son reyes,
Y le da pena oír hablar de guerras,
Y de comercios y navíos
Que se hacen humo en el aire de altamar.
Porque sabe que a todo eso le falta la verdad
Que tiene una flor cuando florece
Y que con la luz del sol
Va cambiando los montes y los valles
Y hace que los muros encalados nos duelan en los ojos.

Después se adormece y yo lo acuesto.
Lo llevo en brazos a la casa
Y lo acuesto, lo desvisto lentamente
Como cumpliendo un ritual limpio
Y maternal hasta que queda desnudo.

Duerme dentro de mi alma
Y a veces despierta de noche
Y juega con mis sueños.
Los pone patas arriba,
Coloca unos encima de otros
Y aplaude de repente,
Sonriéndole a mi sueño.


Cuando yo muera, hijito mío,
Sea yo el niño, el más pequeño.
Tómame en tus brazos
Y llévame a tu casa.
Desviste mi ser cansado y humano
Y acuéstame en tu cama.
Y cuéntame historias, si me despierto,
Para que vuelva a dormirme.
Y dame tus sueños para jugar
Hasta que nazca ese día
Que ya sabes cuál es.


Esta es la historia de mi Niño Jesús.
¿Por qué razón atendible
No ha de ser más verdadera
Que todos lo que piensan los filósofos
Y todo lo que enseñan las religiones?

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