Otro de esos poemas que me encuentro citando con relativa frecuencia. Lo pongo aquí para fácil acceso. Más tarde, en este mismo post, describiré bien la información sobre la versión que he transcrito.
Del libro "Poesía de Alberto Caeiro" de Fernando Pessoa
VIII
Un mediodía de
final de primavera
Tuve un sueño como
una fotografía.
Vi a Jesucristo
bajar a la tierra.
Venía por la ladera
de un monte
Hecho niño otra
vez,
Corría y rodaba
sobre la hierba
Y arrancaba flores
para arrojarlas al aire
Y se reía tanto que
se lo escuchaba desde lejos.
Había huído del
cielo.
Era demasiado
nuestro para fingirse
La segunda persona
de la trinidad.
En el cielo todo
era falso, todo estaba en desacuerdo
Con las flores, los
árboles y las piedras.
En el cielo tenía
que estar siempre serio
Y de vez en cuando
volver a ser hombre
Y subir a la cruz y
estar siempre muriendo
Con una corona
redonda de espinas
Y los pies clavados
con un clavo,
Y un trapo
alrededor de la cintura
Como los negros de
las ilustraciones.
Ni siquiera le
dejaban tener padre y madre
Como a las otras
criaturas.
Su padre era dos
personas:
Un viejo llamado
José, que era carpintero,
Y que no era su
padre;
Y el otro padre,
una paloma estúpida,
La única paloma fea
del mundo
Por no ser paloma
ni del mundo.
Y su madre no había
amado antes de tenerlo.
No era mujer: era
la valija
En la que había
venido del cielo.
¡Y pretendían que
él, nacido sólo de madre,
Y sin un padre al
que amar y respetar,
Predicara la bondad
y la justicia!
Un día en que Dios
estaba durmiendo
Y el Espíritu Santo
andaba volando por ahí,
Fue a la caja de
los milagros y robó tres.
Con el primero hizo
que nadie se enterara de su huída.
Con el segundo se
creó eternamente humano y niño.
Con el tercero creó
un Cristo eternamente crucificado
Y lo dejó clavado
en la cruz que está en el cielo
Y sirve de modelo
para todas las demás.
Después huyó hacia
el sol
Y bajó por el
primer rayo de sol que atrapó.
Hoy vive conmigo en
mi aldea.
Es un niño de risa
fresca y natural.
Se limpia la nariz
con la manga,
Chapotea en los
charcos de agua,
Junta las flores y
le gustan y las olvida.
Les tira piedras a
los burros,
Roba la fruta de
los manzanos
Y escapa de los
perros llorando a gritos.
Y como sabe que a
ellos no les gusta
Y que a todos les
causa gracia,
Corre detrás de las
muchachas
Que van por los
caminos en grupo
Con cántaros en las
cabezas
Y les levanta las
polleras.
A mí me ha enseñado
todo.
Me enseñó a mirar
las cosas.
Me señala todo lo
que hay en las flores.
Me muestra lo
graciosas que son las piedras
Cuando una las
tiene en la mano
Y las mira
lentamente.
Me habla muy mal de
Dios.
Dice que es un
viejo estúpido y enfermo,
Que escupe siempre
en el suelo
Y se la pasa
diciendo obscenidades.
La Virgen María
pasa las tardes de la eternidad zurciendo medias.
Y el Espíritu Santo
se rasca con el pico
Y se sube a las
sillas y las ensucia.
En el cielo todo es
estúpido como la Iglesia Católica.
Me dice que Dios no
entiende nada
De las cosas que
creó.
“Si es que las
creó, cosa que dudo.”
“Dice, por ejemplo,
que los seres cantan su gloria,
Pero los seres no
cantan nada.
Si cantaran serían
cantores.
Los seres existen y
nada más,
Y por eso se llaman
seres.”
Y después, cansado
de hablar mal de Dios,
El niño Jesús se
duerme en mis brazos
Y en brazos lo
llevo a casa.
….
Vive conmigo en mi
casa en medio del otero.
Es el Niño Eterno,
el dios que faltaba.
Es el humano
natural,
Es lo divino que
sonríe y juega.
Y por eso sé con
certeza
Que él es el
verdadero Niño Jesús.
Y ese niño que de
tan humano es divino
Es mi cotidiana
vida de poeta,
Y porque siempre va
conmigo soy siempre poeta,
Y en la más mínima
mirada
Me llena de
sensaciones,
Y el sonido más
pequeño, sea lo que fuere,
Parece hablarme.
El Niño Nuevo que
habita donde vivo
Me da una mano a mí
Y la otra a todo
cuanto existe.
Y así vamos los
tres por los caminos,
Saltando y cantando
y riendo
Y gozando de
nuestro común secreto
Que es saber que en
ningún lugar
Del mundo hay
misterio
Y que todo vale la
pena.
El Niño Eterno me acompaña
siempre.
Mi mirada se dirige
adonde apunta su dedo.
Mi oído alegremente
atento a todos los sonidos
Es las cosquillas
que me hace, jugando, en las orejas.
Nos llevamos tan
bien entre nosotros
En compañía de todo
Que nunca pensamos
el uno en el otro,
Pero vivimos juntos
siendo dos
Con un
entendimiento íntimo
Como la mano
derecha y la izquierda.
Al anochecer
jugamos a la payana
En el escalón de la
puerta de casa,
Graves como
conviene a un dios y a un poeta,
Como si cada piedra
Fuera en sí misma
un universo
Y por eso fuera
peligroso
Dejarla caer al
suelo.
Después le cuento
historias de cosas exclusivamente humanas
Y el sonríe, porque
todo es increíble.
Se ríe de los reyes
y de los que no son reyes,
Y le da pena oír
hablar de guerras,
Y de comercios y
navíos
Que se hacen humo
en el aire de altamar.
Porque sabe que a
todo eso le falta la verdad
Que tiene una flor
cuando florece
Y que con la luz
del sol
Va cambiando los
montes y los valles
Y hace que los
muros encalados nos duelan en los ojos.
Después se adormece
y yo lo acuesto.
Lo llevo en brazos
a la casa
Y lo acuesto, lo
desvisto lentamente
Como cumpliendo un
ritual limpio
Y maternal hasta
que queda desnudo.
Duerme dentro de mi
alma
Y a veces despierta
de noche
Y juega con mis
sueños.
Los pone patas
arriba,
Coloca unos encima
de otros
Y aplaude de
repente,
Sonriéndole a mi
sueño.
…
Cuando yo muera,
hijito mío,
Sea yo el niño, el
más pequeño.
Tómame en tus
brazos
Y llévame a tu
casa.
Desviste mi ser
cansado y humano
Y acuéstame en tu
cama.
Y cuéntame
historias, si me despierto,
Para que vuelva a
dormirme.
Y dame tus sueños
para jugar
Hasta que nazca ese
día
Que ya sabes cuál
es.
…
Esta es la historia
de mi Niño Jesús.
¿Por qué razón
atendible
No ha de ser más
verdadera
Que todos lo que
piensan los filósofos
Y todo lo que
enseñan las religiones?
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