Hoy se celebra la fiesta de Mariana de Jesús, también conocida como la azucena de Quito.
Fuera del lugar común Mariana "tan devota", Mariana "su sacrificio", Mariana "la azucena", "Mariana se flagelaba", "roguemos para que santa Mariana..." hoy pude pensar en Mariana de Jesús como una joven quiteña viva y cautivante.
Quiteña muy quiteña. Percibo a los quiteños, más que a mis compatriotas guayaquileños, como personas metidas de manera más seria en círculos de discusión que conducen a diferentes lugares de la ciudad y pensamiento (o sea, más allá del típico círculo de clase guayaquileño). Una persona que practicó de manera constante el ejercicio de martirizar su cuerpo, porque así lo vivía y pensaba el ambiente teológico de su época (y las pocas imágenes a las que podía acceder dado su rol de mujer) se me antoja una persona muy mental y apasionada. Una persona mental y apasionada en el Ecuador de hoy termina rápidamente vinculada a círculos de discusión. En Quito, de seguro, en espacios de discusión política. Dada la tenacidad de Mariana la entiendo como una identidad muy individual y, por ello, lejos de una ideología definida. Veía a Mariana muy política pero no metida en una línea partidista. Sin querer echarle flores veo a Mariana como concejala en algún momento de su vida.
La tenacidad y la individualidad de Mariana también me la presentan actualmente como una persona, más que cristiana, de crítica con sorna a los cristianos. Mariana tal vez nos mira con atención pero no nos cree. Si tiene fe, no es una fe de comunidad, es una fe de servicio y de cuestionamientos públicos fuertes.
Mariana vestía de negro, como los jesuitas de su tiempo. Quiso ser jesuita. En sus rasgos de juventud veo ese feo vestido negro que tal vez ahora sería un vestido negro con cierto estilo. Mariana se me antoja notablemente joven, vanidosa y fuertemente femenina en su tenacidad y deseo de diferenciarse e ir hasta el final.
En sus rasgos de juventud menos cargados veo su vihuela, la catequesis y el esfuerzo y vivacidad con los niños. También veo sus largas conversaciones con el hermano Hernando de la Cruz. De seguro en el tiempo actual Mariana sería consciente de su ambiguedad y gusto. De ahí que la vea como una persona divertida. Está determinada por algo pero el mundo de la fe es un mundo extraño. En su tenacidad se descubre mujer y se ríe un poco. Por eso creo que sí se llevaría bien con los cristianos y con mucha gente, a pesar de ser una mujer muy crítica.
En su jovialidad también identifico la azucena. Aun dice algo de cierta sensibilidad y delicadeza. Mariana canta y mira alrededor, se baja de su cabeza y sus ideas también. Cuida y embellece la ciudad. No sería tan amable respecto al cuidado, eso sí. La veo como una ciudadana que increpa los malos hábitos públicos, la destrucción del entorno quiteño.
Hoy María Ana, pues ese era su verdadero nombre, tal vez no se habría cambiado el nombre a Mariana. La descubro demasiado individual para ello. En el tiempo actual descubro a Mariana más cerca de rendir homenaje a sus padres con su nombre que lejos de él.
María Ana Paredes y Flores (1618 - 1645), nació en la Real Audiencia de Quito, fue huérfana de niña y criada por su hermana y su familia. Desde edad temprana fue introducida al ejercicio de la fe. En ella quiso destacarse por su práctica de piedad y servicio. Tuvo una bella voz. Fue inquieta respecto a la vida religiosa pero no ingresó a un convento. A su manera y acompañada por los jesuitas del lugar vivió una vida laica de mortificación y servicio. Murió a los 27 años. Su muerte se atribuye a un sacrificio: ofreció su vida en intercambio por la vida de un sacerdote que, preocupado por los movimientos telúricos que asolaban a Quito en aquella época, había prometido la suya. Se dice que en el lugar donde lanzaron la sangre que vomitaba durante su convalecencia creció una azucena, su flor favorita.
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