Con el viento, se esparcieron las nubes, y una roja puesta de sol rasgó el oeste. Advirtiendo el brillo repentino en las tinieblas, Bilbo miró alrededor y chilló. Había visto algo que le sobresaltó el corazón, unas sombras oscuras, pequeñas aunque majestuosas, en el resplandor distante.
¡Las Águilas! ¡Las Águilas! vociferó, ¡Vienen las Águilas!
Los ojos de Bilbo rara vez se equivocaban. Las Águilas venían con el viento, hilera tras hilera, en una hueste tan numerosa que todos los aguileros del norte parecían haberse reunido allí,
¡Las Águilas! ¡Las Águilas! gritaba Bilbo, saltando y moviendo los brazos. Si los elfos no podían verlo, al menos podían oírlo. Pronto ellos gritaron también, y los ecos corrieron por el valle. Muchos ojos expectantes miraron arriba, aunque aún nada se podía ver, excepto desde las estribaciones meridionales de la Montaña.
J.R.R. Tolkien, El Hobbit, Fragmento.
Sin embargo, las Águilas, las que pensé que eran las Águilas, se espantaron con el primer viento fuerte..."Así pasa cuando sucede", decimos por aquí.
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