(borrador perpetuo y colaboración accidentada a Gkillcity)
En este post no deseo hacer una defensa ni una ofensiva en torno a la reelección de Rafael Correa como Presidente de la República del Ecuador. Pero sí deseo hacer la pregunta invisible, aquella que es disminuida como irrelevante cada vez que es planteada y que, sin embargo, me parece que tiene todo que ver con un problema en horizonte. Si este hombre es elegido por votos, ¿quiénes y por qué votan por él?, ¿qué hace que nosotros votemos por uno o por otro candidato? y tal vez la más importante, ¿por qué ponemos tanto peso en los votos?
En este post no deseo hacer una defensa ni una ofensiva en torno a la reelección de Rafael Correa como Presidente de la República del Ecuador. Pero sí deseo hacer la pregunta invisible, aquella que es disminuida como irrelevante cada vez que es planteada y que, sin embargo, me parece que tiene todo que ver con un problema en horizonte. Si este hombre es elegido por votos, ¿quiénes y por qué votan por él?, ¿qué hace que nosotros votemos por uno o por otro candidato? y tal vez la más importante, ¿por qué ponemos tanto peso en los votos?
Todo el ejercicio electoral de los últimos años tiene que
ver con una persona apareciendo en la televisión (por hablar del medio
más fuerte, pero entran todos los demás) tratando de convencer a un
público invisible, pero definitorio y definitivo, de la plausibilidad de
su plan de gobierno. Para ello nos pone de frente su mejor cara y
muestra, en el debate público, la fuerza de sus ideas y la ecuanimidad
de su carácter. Esto acompañado de los jingles electorales en los que el
candidato trata de mostrarnos que él, a lo largo de su vida, ha sido un
hombre absolutamente correcto, siempre comprometido con su familia y el
país (de fondo casi podemos oír “éste es mi hijo, en él me complazco”).
Sobre esto, hay más que decir, ya volvemos.
Al
tiempo, si observamos nuestro ejercicio opositor contra fulano, quien
haya sido elegido como presidente, vemos algo similar. X y Y aparecen
en los medios tratando de mostrar por qué fulano no ha sido consecuente
con aquella imagen que nos ha vendido o por qué ya no es la mejor
persona para el cargo. De fondo podemos oír "los están engañando" o "han sido engañados", y a la vez implícitamente casi podríamos oír
“hay que buscar a otro (¿mesías?)". Y así pasamos jugando pareciendo
estar interesados en todo lo que ocurre en nuestras pantallas (pues
tiene que ver con nuestras vidas, decimos) y lo demostramos estando
informados al detalle de cada nueva parte de la novela. A esto le
llamamos estar informados y estar implicados en la vida política de
nuestro país.
Volvamos
al momento de las elecciones. Ponemos nuestra vida en informarnos de
los planes de campaña de los candidatos, al punto de que al encontrarnos
con alguien que desea sumarse a quien consideramos exactamente lo
contrario de lo que nos parece mejor para el futuro del país somos
capaces de envolvernos en las más agrias discusiones y quien sabe si
enemistades. Si fulano está con tal y nosotros o nuestras familias con
otro, lo titulamos de “x...ista”. Luego, si X, gana y no es tan
consecuente con lo que dijo entonces diremos algo así como “ahí está tu
presidente” y si la cosa se pone peor tendremos una convivencia difícil
en los meses venideros hasta que fulano salga del poder o se vuelva un
hombre más sensato a ojos de otros. La espuma, ya hemos visto, puede
subir hasta el 30S.
A esto le llamamos democracia, el gobierno del pueblo. El mejor sistema.
Pero,
¿dónde está el pueblo?, ¿cuál es nuestro ejercicio de
poder? A mi modo de ver nos limitamos sobre todo a poner la vida en un papel. Nos
informamos hasta la última gota, peleamos con el contrario con todo lo
dé nuestra acritud y luego soltamos ese papelito. Papelito. Y así la
lotería.Todo ejercicio posterior será un debate entre bancadas y comentaristas en donde el bien preciado será la ironía ingeniosa que descubra alguna falencia del bando o representante contrario (en un cierto curuchupismo del lenguaje, en donde quien se equivoca, concede). El ejercicio será, sobre todo, una campaña de desprestigio o un aparataje en el que nos intenten convencer de la falsedad de los adversarios. Nosotros, mirando.
Y
ahí es en donde llega la pregunta por el poder: ¿Dónde está el poder? Al parecer, se limitó a estar en ese papel. Si no, ¿por
qué tanta acritud contra quién eligió al candidato absolutamente contrario a mis ideas?, ¿por qué tantos textos en torno a una persona?, ¿por qué el ejercicio mediático se vuelve tan importante? o en otro caso, ¿por qué
mi centro de atención está en el estar informado de la novela al detalle? Creo que se vuelve a probar en la amplia cobertura dada al tema electoral, es el momento de nuestro máximo escrutinio y efervescencia social. Es notorio que es el momento en que dejamos correr aquello que llamamos poder, aquel que le damos a los mandatarios y asambleístas en tiempo de elecciones, momento en que los designamos nuestros representantes.
Siendo así, no podríamos decir, al observar la atención dedicada a este ejercicio, ¿que mi única relevancia en el ejercicio político fue informarme de lo iba a escoger y votar?, ¿que mi siguiente espacio de relevancia tendrá que ver con protestar si no me gusta lo que veo? Esto por supuesto que es parte del ejercicio político, pero ¿lo es todo?
Creo que en estos dos puntos está todo lo que debemos comenzar a pensar en torno a nuestro modo de ver el poder. Nuestro modo de ver el poder, a mi modo de ver, se llama delegación. Delegación de nuestras vidas en un papel en un ejercicio no muy diferente a una lotería. Ejercicio, al que hemos creído, se debe llamar democracia (porque así lo llaman “en todo el mundo”). Delegar, a algún otro, para que realice labores más complejas que nos permitan seguir con nuestras vidas. Nosotros, los poseedores del poder, volveremos en las próximas elecciones o nos conformaremos con hacer alguna manifestación callejera (hasta donde llegue, pero luego, bien gracias), o quien sabe, ubicándonos en algún lugar en el que fiscalizando me digan "así participas".
Yo creo que eso es un rudimento de democracia.
Siendo nuestro ejercicio un gran todo o nada, creo que es evidente que volvamos a considerar qué otra cosa podemos hacer. Nuestro modo de proceder está demasiado centrado en alguien que luego estará muy lejos, hablando por demasiados, que no han sabido hablar entre ellos un poco más alto. Creo que toca volver la pregunta hacia nosotros, los electores, y preguntarnos si no podemos jugar un papel mejor.
Pero no me quiero quedar en la pregunta desiderativa, aquella con la que nos contentamos actualmente creyendo que ése es nuestro mejor papel dentro de un aparato anónimo en el que tenemos poco peso fuera de los momentos de votar o protestar. Creo que como ciudadanos de un Estado, o miembros de una ciudad, al menos, como primer paso podemos comenzar a considerar un ejercicio de revisión de posibilidades de ejercicios democráticos más allá del nivel de información o protesta.
Siendo así, no podríamos decir, al observar la atención dedicada a este ejercicio, ¿que mi única relevancia en el ejercicio político fue informarme de lo iba a escoger y votar?, ¿que mi siguiente espacio de relevancia tendrá que ver con protestar si no me gusta lo que veo? Esto por supuesto que es parte del ejercicio político, pero ¿lo es todo?
Creo que en estos dos puntos está todo lo que debemos comenzar a pensar en torno a nuestro modo de ver el poder. Nuestro modo de ver el poder, a mi modo de ver, se llama delegación. Delegación de nuestras vidas en un papel en un ejercicio no muy diferente a una lotería. Ejercicio, al que hemos creído, se debe llamar democracia (porque así lo llaman “en todo el mundo”). Delegar, a algún otro, para que realice labores más complejas que nos permitan seguir con nuestras vidas. Nosotros, los poseedores del poder, volveremos en las próximas elecciones o nos conformaremos con hacer alguna manifestación callejera (hasta donde llegue, pero luego, bien gracias), o quien sabe, ubicándonos en algún lugar en el que fiscalizando me digan "así participas".
Yo creo que eso es un rudimento de democracia.
Siendo nuestro ejercicio un gran todo o nada, creo que es evidente que volvamos a considerar qué otra cosa podemos hacer. Nuestro modo de proceder está demasiado centrado en alguien que luego estará muy lejos, hablando por demasiados, que no han sabido hablar entre ellos un poco más alto. Creo que toca volver la pregunta hacia nosotros, los electores, y preguntarnos si no podemos jugar un papel mejor.
Podríamos graficar nuestra relación de pueblo con sus mandantes en la relación entre un hijo pequeño con sus padres. En votación o protesta reconocemos nuestra incapacidad (¿o desinterés?) de contribuir, con mayor sustancia, a elaborar el tipo de vida que queremos. Nos contentamos con delegarla y luego nos quejamos si la lotería no juega a nuestro favor (quejarse puede ser hasta un golpe de Estado, un cambio, pero al mismo modo de proceder en la gran lotería del espectador informado).
En
fin, creo que tenemos mucha tela que cortar aquí.
Nuestra pasividad como ciudadanos y nuestro lenguaje poco articulado, informado pero corto de argumentación y matices en torno al meollo de nuestras pugnas (nos limitamos a entender bien el juego político y comentar sobre éste), podría enriquecerse con un ejercicio personal y colectivo de revisión de la historia de los sistemas políticos surgidos en la modernidad (sobre todo) pues desde su comprensión, difusión y discusión tal vez podríamos comprender el suelo sobre el que estamos parados y pensar en los lugares en los que querríamos estar, o al menos podríamos comenzar a soñar (y no sólo en los que pueda soñar el candidato de nuestra elección).
Creo que este ejercicio de clarificación nos podría ayudar a expresar en un lenguaje menos polarizado pero ciertamente crítico y propositivo realidades que expresan y requieren mayor complejidad que el seguimiento del partido de fútbol en el que vamos convirtiendo nuestras vidas en ciudad y país, partido que nos limitamos a mirar y comentar desde la butaca, esperando o rechazando, las jugadas que expresen lo que queremos y nos parece mejor. Si comenzamos por alguna parte creo que el ejercicio comienza a hacerse solo.
Creo que toca activar, por medio de la difusión y la discusión, nuevos imaginarios sociales.
No hay cosecha sin siembra ni siembra sin arado y creo que es perfectamente aplicable a cualquier sueño de un país o ciudad mejor. Caso contrario podemos seguir contentos en este ejercicio mediático tan parecido al ejercicio religioso errado de rezar y discutir con gente o cosas que nos horrorizan pero sin mover las manos por hacer algo concreto hacia lo que queremos, como esperando milagros caídos del cielo (el candidato de nuestro gusto). Hasta en el plano religioso sensato se habla de habla de hacer como si dependiera de uno y confiar como si dependiera de Dios o de un Dios que se mueve a través de nuestras manos (ahí la tan olvidada noción de gracia en una cultura curuchupa centrada en el pecado y la perfección, olvidada del Dios que se hace presente en la historia), por qué no secularizar también esta buena idea, en vez de quedarnos con esta visión curuchupa del poder?
Y creo que queda pendiente la pregunta del campo de interlocución en este tema, pues entre periódicos, blogs y twitter creo que no estamos entendiendo la dimensión de la realidad en la que vivimos y de la pretendemos participar, si es que lo pretendemos.
Y conversando con un amigo mío en Chile me hizo llegar este link.
ResponderEliminarhttp://www.youtube.com/watch?v=FD4ro9_4FZk
El punto no es que alguien esté diciendo esto y nos sumemos como una turba a una u otra cosa sino aceptar el desafío de revisar un poco de la historia de las ideas y prácticas sobre las que vivimos. Tal vez nos den más luces sobre el lugar donde estamos parados y aquello que podamos querer hacer.
En todo caso, mi artículo está escrito sin haber sabido de este video. Lo digo porque me interesa que se vea que tal vez hay más gente percibiendo algo similar.
Muy atento a cualquier comentario. Saludos.