martes, 16 de mayo de 2017

Sobre el artículo: "El nombre de las cosas" de Cecilia Ansaldo

Saludos Cecilia, ¿cómo está?

No veo una dirección de correo electrónico a la cual escribirle e imaginé que, de preguntarle en twitter por ella, tampoco me la daría sin saber quién soy o de qué deseo hablarle. Así que resolví escribir un artículo/comentario en mi blog al cual usted pueda acceder directamente.

Leí su artículo "El nombre de las cosas" y concuerdo plenamente con usted. Particularmente me quedó sonando el último párrafo de su texto:
"Lo he dicho en muchas ocasiones: estudiar la lengua madre es la tarea más constante de la línea educativa, pero consigue, cada vez, menos frutos. Sé que los profesores se afanan en su encargo, pero algo, todavía no suficientemente esclarecido, bloquea los esfuerzos, rompe el camino hacia la meta. El bachillerato debería bastar para recibir a un estudiante bien hablante y escribiente, pero en la universidad estamos obligados a ponerle parches al sistema".
No pretendo cansarla con un pseudoanálisis del problema, sino más bien, compartirle una pregunta y una intuición: creo que ese "algo" que "bloquea los esfuerzos" y "rompe el camino hacia la meta" pueda ser la escasa promoción de lectura por parte de... cualquier lector peregrino. Creo que nuestra imaginación para proponer y hacer se ha dejado burocratizar.

Trabajé un año y medio para Fe y Alegría en Quito y percibí el mismo problema que usted menciona. Cuando comencé a revisar los apuntes de mis chicos, y algunos de estos eran de cursos cercanos a la graduación, noté un vacío grandísimo en temas de gramática, ortografía y muchas cosas más. Por la dinámica de mi trabajo (soy un religioso multi uso, por decirlo brevemente) no me daba el tiempo, ni la paciencia para idear una campaña de "buen uso del lenguaje" pero, sobre todo, no creía en ella. Me parecía que el problema estaba en un terreno aun más grande: la falta de una práctica lectora, la necesidad de abrir imaginarios para los chicos y, sobre todo, la necesidad de un espacio para leer y compartir sobre la lectura y la vida de manera gratuita, sin que eso sea un "objetivo" en un plan rígido y forzoso.

Me imaginaba a los chicos llegar a casa y aturdirse con la televisión, las redes sociales, el trabajo o los problemas familiares. Por otro lado, busqué una biblioteca barrial en el sector Solanda y, para bien o para mal, y por las razones que fuera, siempre la encontré cerrada. Un día me cansé de todo: mi falta de tiempo, las distancias, las dificultades del sector. Durante un recreo tomé una mesa de mi oficina, la saqué, puse libros de la biblioteca sub utilizada del colegio encima de ella y puse un letrerito "rincón de lectura". Junto a ellos, en un trozo de cartón reciclado, escribí un título "préstamos de libros" y me inventé un sistema de préstamos ágil: nombre, curso, libro y teléfono. Los chicos llegaron por montones, como si fuera el día de la feria de ciencias naturales.

A pesar de mi entusiasmo fui escéptico de mi experimento y creí que duraría unas pocas semanas. Perseveré. Yo iba sólo dos días a la semana. Puedo decir que hasta que me fui del colegio tuve siempre muchos chicos interesados en leer (la experiencia duró al menos seis meses, sino más). A todo ello le fui agregando más elementos (retomar la biblioteca sub utilizada, abrir espacios para dibujos sobre los libros, conseguir aliados -uno de ellos Biblirecreo en el Sur de Quito- ,etc.). En fin, podría seguir contándole todo lo que algo tan simple dio para iniciar. Desgraciadamente, debido a la naturaleza de mi trabajo me tocó cambiarme súbitamente de lugar. Después de eso la iniciativa vivió un tiempo de incertidumbre y actualmente continúan ideando la manera de retomarla.

Contándole todo esto le quería compartir la idea de que me di cuenta de que no hacía falta mayor cosa para promover lectura (y, con ello, a largo plazo, mejor escritura), sino sólo lectores-promotores apasionados. 

Cada vez que se toca este tipo de temas públicos la gente tiende a hablar de los maestros, los padres, el Estado, la pobreza y las trabas. Por supuesto que todos esos actores forman parte de una atención al problema (realmente creo que no merece escasa reflexión), pero quería compartirle que descubrí que hay un actor al que no se menciona y que tiene todo que ver con, al menos, parte creativa de una solución: el lector. 

Para cerrar. Hice un trabajo de filosofía que me permitió pegar una ojeada a la revolución que dio origen a lo que llamamos modernidad. De ella sale esa preciosa idea de la autonomía. Desde que hice ese trabajo no puedo dejar de pensar que me llama mucho la atención que hayamos logrado libertad para hacer tantas cosas y, sin embargo, nos dé por esperar tanto del gobierno, los padres, los rectores, los profesores y tanta gente más. Simples aglomeraciones de lectores apasionados, creativos, buscando desafíos, inventando soluciones, caminando por nuevos lugares, creo que tendrían mucho por ofrecer.

En fin, la carta se volvió un artículo. Me encantaría escuchar sus palabras al respecto. ¡Gran saludo!

PD. Hice un post sobre esta iniciativa alguna vez: https://tinyurl.com/hbbhlse

1 comentario:

  1. Estimado señor Insua:
    He leído su valiosa contribución al problema de la lectura. Celebro su interés por esta realidad. ¿Sabe por qué siempre hablamos de los maestros cuando tratamos este tema? Porque los profesores ya tienen el auditorio reunido y puede hacer maravillas con él, mientras los otros participantes en el interés de propagarla tienen que convocar al "público" y conseguir la destreza de congregarlo en torno del libro.
    Ayer estuve en un acto que ponía a conversar a tres lectores de distinta generación en su gusto por los libros y los tres coincidieron en que labraron el hábito en sus casas. En los hogares ya no hay ejemplo de lectura y los mismos profesores no sienten ni practican la pasión por leer. Hubo una única adolescente en el público y nos contó que sus amistades la critican por tener una afición "tan aburrida".
    Me alegro de que Ud pueda contar con tan buena experiencia en su pasado de profesor. Yo también coseché buenos frutos en el aula, pero admito que no tuve que luchar contra el celular que concentra la atención de los jóvenes de hoy.
    Muchas gracias por escribirme.

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